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Por si no lo sabías - Por Valente Salazar Díaz

Actualizado: 5 sept 2022




¿Qué es una Utopía? (II)

Ya en la anterior edición de esta columna habíamos abordado el significado de una Utopía como un modelo de sociedad a lograr, en el cual todos sus miembros gozaran de un bienestar común, y finalmente de una vida feliz.

Decíamos también que a lo largo de la Historia han existido propuestas literarias de esta Utopía, desde Platón hasta Marx, sin que en la práctica se haya dado nunca la consecución de este sueño, y finalmente quedó pendiente hablar de los impedimentos, tanto individuales como colectivos o sociales, que no han permitido nunca verlo realizado.

Empecemos entonces con los impedimentos a nivel individual, que son la base de lo que como sociedad finalmente hacemos. En este sentido cabe recordar que la Humanidad es, como todo lo viviente, el resultado de un proceso evolutivo. Lo anterior queda demostrado por medio del estudio paleontológico de las formas de vida primitiva que se han conservado hasta nosotros como fósiles y también a través de la evidencia geológica que nos revela los cambios que nuestro planeta ha experimentado desde su formación.


Sin embargo, a diferencia de otros animales, los homínidos –familia reducida de especies de primates de la cual sólo sobrevive la nuestra- lograron un cambio intelectual asombroso, que los condujo a elaborar pensamientos cada vez más abstractos, surgiendo así la religión, la filosofía y la ciencia en nuestra historia. Pero aunque estos logros han permitido al Hombre llegar hasta el desarrollo cultural y tecnológico que hoy presenciamos no podemos obviar el hecho de que lo más primitivo de nuestros instintos sigue vivo en nosotros.


De esta naturaleza primitiva, dominada por los más básicos instintos, deriva mucho de lo que nos impide llegar a un estado de cosas mejor como proyecto social, y en este sentido podemos comparar la conducta de los primates inferiores que aún existen con la de nuestra especie y, por desagradable que pueda parecernos la comparación, ver en nuestra propia conducta el reflejo de esa violencia, ambición y deseo de dominio sobre los demás. El delincuente que asesina o roba es en cierto modo guiado por esos impulsos primitivos que la sociedad trata de contener estableciendo leyes y sanciones que, a pesar de todo, no logran disminuir este tipo de conductas violentas. Pero por desgracia este tipo de conductas van más allá de la mera esfera de lo individual.


Basta con echar un vistazo a los personajes célebres que han influenciado el curso de la historia para comprender que movidos unos por la ambición, otros por el ansia de “poder” y hasta algunos otros por el odio realizaron grandes conquistas, establecieron imperios y crearon obras de arquitectura impresionantes aún hoy; pero todo esto al precio de millones de vidas humanas segadas por un supuesto ideal. Las conquistas de Alejandro, de Gengis Khan o de los césares de Roma no son en absoluto diferentes en este sentido a los gobiernos de Hitler, de Stalin y de Mao Zedong, o actualmente de Kim Jong-un en Korea del norte, o de un Putin en Rusia.


Al llegar a este punto podemos comenzar a hablar de los impedimentos que ya no en un individuo, sino en una sociedad completa o gran parte de ella, se oponen a la feliz idea de una existencia en armonía con el ambiente y entre nosotros mismos.


Ya que este segundo punto es amplio de discutir haremos un alto por el momento para detallar, así sea superficialmente, este aspecto en la próxima edición de esta columna.

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