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EDITORIAL

Históricamente, cuando el pueblo empieza a expresar su descontento, inconformidad o hartazgo con el gobierno en turno, es señal de que las cosas deben cambiar. Lo vimos en 1999 con la campaña de Fox con un ‘ya basta’ al priismo; lo vimos en 2018 en la campaña de AMLO, también con un hartazgo al priismo después de 80 años en el poder, con algunos breves paréntesis de cambio de color.

 

Ahora, lo curioso es que, en solo siete años, los mexicanos ya percibieron que los de la 4T salieron peores y en un sexenio y un año, ya duplicaron la deuda, elevaron impuestos, se les metió el crimen organizado, más corrupción y no dan una.

 

La marcha convocada para este 15 de noviembre por la generación “Z”, en diversas ciudades del país, no será solo una protesta, es el espejo en el que el poder tendrá que mirarse; un espejo incómodo, que reflejará el cansancio, la ira y la decepción de un país que ya no cree en sus gobernantes.

 

México está al borde de un colapso moral, donde las instituciones ya no protegen al ciudadano, sino al político; la justicia no persigue a los culpables, sino que negocia con ellos y donde el poder, en lugar de gobernar, se dedica a justificar su fracaso. Mientras, los ciudadanos sobreviven entre la violencia y la indiferencia.

 

El asesinato de Carlos Manzo, alcalde de Uruapan, Michoacán, es el síntoma más visible de un sistema enfermo, corroído por dentro; no se trata solo de un crimen, sino de una señal de alerta que el gobierno decidió ignorar, porque admitirlo implicaría reconocer que la “cuarta transformación” fracasó antes de consolidarse.

 

Y mientras el poder calla, México sangra; sangra en sus calles, en sus municipios, en sus hogares; sangra por la cobardía de sus líderes, por la impunidad de sus criminales, por la indiferencia de quienes deberían protegerlo.

 

Ya no basta con discursos ni con promesas; el país exige acción, verdad y justicia porque, si el gobierno sigue negando la realidad, será el pueblo -y esta nueva generación, llamada “generación “Z” que ya no tiene miedo- quien lo enfrente con la fuerza que solo da la desesperación, el hartazgo y el miedo a perder el país.

 

Claudia Sheinbaum, heredera política de López Obrador, parece haber aprendido la peor lección de su mentor: callar, culpar al pasado y mirar hacia otro lado. Su discurso frente al asesinato de Manzo fue una repetición vacía, cargada de evasivas, como si se tratara de un tema menor y no de un alcalde ejecutado en funciones, miembro de su propio partido y, esa omisión, no solo es un error político, es una traición ética.

 

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