top of page

EDITORIAL

La semana pasada, de manera sorprendente, vimos cómo Xalapa y otras zonas, se inundaron severamente con lluvias que superaron el promedio. Esto se debe tomar como una señal de alarma para prevenir y planear medidas emergentes.

 

Aprovechando que el 4 de octubre se celebra el Día Interamericano del Agua, pondremos este tema en la mesa de análisis, pues es temporada de lluvias y este año han sido muy generosas. Por una parte, es muy valioso que llueva, pues ríos como La Marina van llenos y fluyen caudalosos y con mucha agua. El problema es que toda esa agua pasa de largo, se va, como todos sabemos, finalmente al mar. pues no tenemos la capacidad de almacenar suficiente en esta época, para satisfacer las necesidades del estiaje. Ahora hay de sobra y luego escasea.

 

Las inundaciones, como las que vimos en Xalapa, afectan más que cualquier otro peligro natural y lo hacen sin distinción de zona geográfica. Están aumentando en gravedad, duración y frecuencia debido al contexto de cambio climático en el que nos encontramos. Pero esa no es la única causa. En las últimas décadas, los cambios en el uso del suelo (de rural a urbano) y el aumento y concentración de la población han fomentado que dichas inundaciones generen cada vez más daños.

 

Aunque el cambio climático parezca el culpable y, en muchos casos, se haga chivo expiatorio, la realidad es que la concentración de vapor de agua en la atmósfera aumenta un 7 % por cada grado de temperatura. Esto quiere decir que a medida que la atmósfera va calentándose, el vapor de agua contenido en una columna de aire también crece. Por lógica, si se acumula una mayor cantidad de vapor de agua en la atmósfera, cuando se dan las condiciones para que esa agua se condense y precipite, tendremos una mayor cantidad de lluvia.

 

Y aquí entra en juego el factor tiempo: si esa agua cae en un tiempo muy corto, tendremos lo que se denominan intensidades de precipitación altas y el suelo no será capaz de infiltrar la mayor parte del agua que le llega. Entonces acaba siendo corriente superficial que busca su cauce. Cuando la intensidad de una tormenta supera la capacidad de infiltración del suelo, empieza a generarse que el agua corra desbordada por la superficie. Más en las ciudades que casi todo es concreto.

 

Evidentemente, no se puede cambiar la orografía o las condiciones en las que se generan las precipitaciones. Lo que sí podemos hacer es plantear un ordenamiento territorial adecuado, en el que no se consideren como zona urbanizables o residenciales aquellos territorios que tienen una mayor probabilidad de inundarse.

 

Una buena planeación y medidas de prevención a corto y largo plazo, serviría para mitigar daños y diseñar infraestructura hidráulica que permita una reserva valiosa.

ree

Entradas recientes

Ver todo

Comentarios


    bottom of page