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EDITORIAL

En este proceso electoral, en el que todos sabemos que vamos a elegir Presidente de la República, Congresos federal y estatal, y Gobernador, es importante mantener la cabeza fría durante los siguientes tres meses y evitar decepciones y confrontaciones. La política es caliente y apasionada en mentes inmaduras.

 

Los ciudadanos de este país ejercemos nuestro derecho y deber de votar. Se supone que un país en democracia acata la decisión de la mayoría, y aunque no la compartamos, sí la respetamos. Están de más las descalificaciones, difamaciones e injurias que se hacen unos contra otros. Suponemos que el respeto es uno de los cimientos de nuestra civilización, porque somos civilizados.

 

Si bien existen diferencias de opinión o de criterio, estas deben ser en un marco de respeto y de tolerancia. La diversidad de pensamiento enriquece, pero no debe ser motivo de división, pleito o agresiones. Todo proceso electoral tiene su final.

 

La polarización en el ambiente político y ciudadano en México, a unos cuantos días de la elegir un Presidente, nueve gobernadores, 628 legisladores y más de 20 mil cargos locales, se incrementa día con día. En redes sociales, las discusiones y desencuentros entre familiares y amigos se hacen públicas.

 

Elegir a un gobernante, especialmente si se trata el presidente que dirigirá a un país los próximos seis años, es una decisión crucial, sin duda, pero ¿en qué puede beneficiar a un país los lazos rotos o el encono? Es como si todos actuáramos, como si el país se terminara el 2 de junio, el día de la elección, pero se nos olvida que habrá un país que seguir construyendo al día siguiente.

 

Las diferencias de opinión tienen buenas razones para existir: es a través de distinguirnos uno del otro que creamos una identidad y, por esto, atacamos a quien ponga en entredicho nuestra identidad.

 

¿A quién beneficia esto? A los candidatos, a los partidos, porque entonces nos ponemos su camiseta, los defendemos, nos alejamos de los que opinan diferente y, por tanto, de las voces críticas que cuestionan su actuar. Nos encerramos en una caja de resonancia junto con otros que piensan como nosotros.

 

La polarización no sólo enrarece el ambiente en el trabajo, con los amigos, con la familia. Mina a la democracia, no sólo a la que se practica el día de las elecciones, sino a la que se practica todos los días. Consigue que se nos olvide que el día de las elecciones es solo un fragmento del ejercicio democrático; la participación cotidiana es lo que realmente nos da a los ciudadanos el poder de ser dueños del espacio, del poder, eso es en realidad la democracia.

 

La polarización es completamente antidemocrática, pues se basa en la invalidación de la opinión, sentir y aspiraciones “del otro”, para privilegiar los propios.

 

No lastimemos a amigos o familiares, por razones de carácter electoral o político. Respetemos a quien piensa diferente a nosotros. Todos somos mexicanos y deseamos un país mejor, con buenos gobernantes.


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