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EDITORIAL

El próximo viernes 12 de octubre, estaremos recordando o conmemorando el “Descubrimiento de América”, el “encuentro de dos mundos o el Día de la Raza (¡!).

Como todo tema, tiene sus acepciones y diferentes puntos de vista.


Hablar de “descubrimiento” es abordar el hecho, de ese arribo, desde la perspectiva de los dominadores. Cuando se dice “descubrimiento de América” no se está consignando un hecho, sino que se interpreta con los ojos de quien, con el poder que ostentaba, creó un relato al que se le dio legitimidad e investidura, que inauguró una manera de pensar sobre el territorio que acababa de conocer y las relaciones que debían establecerse con quienes lo habitaban.


Entonces, decir “descubrimiento” es como aceptar que el territorio, que hoy conocemos como América y sus habitantes, fueron integrados en la historia universal, bajo un paradigma europeo que buscaba posicionarse, más que como la historia de Europa, como la historia de la humanidad, o de la salvación cristiana, o de “evangelización”, aunque fuera en calidad de rehenes y cautivos.


Con ese concepto justifican la dominación colonial cuyos estragos se encuentran aún en el presente, a la vez que niega las historias de opresión, violencia y resistencia de los pueblos indígenas del pasado. Sería pertinente cuestionarnos si en este momento de nuestra historia es realmente necesario “celebrar” o conmemorar un hecho, o mejor dicho una idea, como esta.


En México el “Día de la raza” comenzó a conmemorarse en 1928, durante el gobierno de Álvaro Obregón y por iniciativa de José Vasconcelos, filósofo y maestro, quien, siendo Secretario de Educación, desarrolló un pensamiento enfocado en el nacionalismo, el mestizaje y la idea del sincretismo cultural.


El proceso que se inició con la llegada de los españoles conquistadores, al desembarcar en la isla de Guanahani, fue la instauración de un sistema de relaciones de dominación que se sustenta en la subvaloración y explotación de la vida de los indígenas. Ya no hablemos del inmenso saqueo, las matanzas de indígenas, en nombre de la fe, y la dominación por más de 400 años.


Lo sucedido hace 531 años, marcó el inicio de un orden mundial colonial que quedó “racializado”, al estructurar una realidad que jerarquiza, por medios en extremo violentos. En América se estableció un nuevo patrón de poder, basado en la idea de raza, como supuesta diferencia “biológica”, que justifica la “natural” superioridad de un grupo, frente a la “natural” inferioridad del otro. La raza se convirtió en el elemento fundante de las relaciones de dominación, acaecidas en la conquista.


Dicha idea produjo identidades sociales nuevas: indios, negros y mestizos, y redefinió otras. La idea de la raza jugó un papel fundamental en la historia posterior, pues representó una manera de dar legitimidad a las relaciones de dominación que se generaron con la llegada de los conquistadores europeos, pues dicha categoría pasó a ser el más eficaz y perdurable instrumento de dominación social.


Traer a la memoria el 12 de octubre de 1492, contrario a considerarlo un “festejo” del sincretismo, debe ser un ejercicio para pensar y entender nuestro presente y sus arraigadas diferencias sociales, que continúan hasta la actualidad, como consecuencia de lo que ocurrió en aquella época. (Cuestión de enfoque).


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