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Por si no lo sabías

Por Valente Salazar Díaz



¿Qué es la morada digna del hombre para la posmodernidad? (Conclusión) En la pasada aparición de esta columna hemos hablado sobre el problema que actualmente ha generado el crecimiento acelerado e incontenible de la humanidad, lo que nos ha llevado al efecto de la sobrepoblación en muchas regiones del planeta, que además coinciden en su mayor parte con países pobres o poco desarrollados. Esto se puede relacionar, por otro lado, con factores ambientales como el clima más templado y estable o los recursos hidrológicos que se encuentran en mayor cantidad en la zona intertropical de la Tierra, que es donde se encuentran estos países.

Sin embargo, actualmente la desertificación de vastas áreas donde la vegetación original ha sido devastada para convertirlas en zonas de cultivo y el cambio climático global que ha llevado a la desaparición de muchas especies silvestres, aunada al uso indiscriminado de agroquímicos y su efecto sobre el ambiente, generan hoy una gran tensión entre la producción agropecuaria y la demanda de alimentos para una población en constante aumento.

Otro aspecto a resaltar es la enorme cantidad de contaminantes sólidos, gaseosos y líquidos que en su mayor parte derivan de la dependencia que nuestra sociedad ha generado hacia los hidrocarburos o combustibles fósiles. Basta con entrar a un supermercado y constatar que la mayor parte de los alimentos y bebidas envasados son contenidos en plásticos, que contienen sustancias llamados ftalatos cuyos efectos en la salud aún no se han estudiado a fondo, pero que sí se sabe que son absorbidos de los envases por el alimento contenido en ellos y finalmente ingeridos por los consumidores.

La contaminación atmosférica derivada del uso de motores de combustión interna -ya sean movidos con gasolina o con diésel- así como el uso doméstico del gas licuado de petróleo parece hasta el momento un problema irresoluble, aun cuando existen ya energías “limpias” alternativas como el uso de motores híbridos o eléctricos en automóviles de última generación, o la electricidad doméstica capturada por medio de fotoceldas, la implementación de estas alternativas a nivel general en la población es aún pionera; intereses políticos y económicos nos mantienen atados a un pasado y a un esquema de vida que no es ya viable.


Al par de estos problemas existe la enorme distancia socioeconómica entre naciones, y al interior de ellas mismas. Siglos de segregación social en todos sus órdenes (racial, económica, educativa y cultural) han dejado hondas huellas en una humanidad que hasta la fecha no ha logrado dejar atrás injusticias, odios y hasta guerras; tenemos el caso en el pasado reciente del genocidio del pueblo tutsi por los hutus en Ruanda o de los bosnios musulmanes por los serbios durante la guerra de Bosnia-Herzegovina. Sin ir más lejos en el país que hoy pregona ser dueño del “sueño americano” la segregación racial, sobre todo de los afroamericanos y latinoamericanos, fue una realidad hasta mediados del siglo XX. Ya en alguna ocasión pasada hablábamos sobre la desesperanza en la consecución de una sociedad justa, y hoy el ideal de la morada digna se ve lejano y para los más pesimistas aún imposible ante estos serios problemas.

Si queremos que nuestra especie perdure tendremos necesariamente que cambiar, no con sueños de explorar el espacio exterior y colonizar otros planetas para volver a repetir los mismos errores que nos han llevado a este punto de la Historia, sino con medidas sensatas pero realistas que contengan y si es posible reviertan el deterioro ecológico y la ya notoria falta de recursos naturales para satisfacer las necesidades alimentarias de la población. Es trágico pensar hoy que los seres humanos que lograron sobrevivir desde la época de las cavernas para extenderse y poblar el planeta entero puedan verse, sin exagerar, en peligro de desaparecer debido a su propia conducta.

Viene a la mente el conocido mito de Adán y Eva, pues habiendo nacida la humanidad en un verdadero paraíso, único hasta donde nuestro conocimiento del universo llega, sus acciones podrían hacer que se perdiera irremediablemente. Hoy más que nunca antes es necesario un cambio radical de nuestra forma de pensarnos como parte de la naturaleza y no como sus propietarios y explotadores.


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