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Las virtudes (Cuento) - Por Rafael Limón Rebolledo


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En 1802 nació Isabel en Bolivia, fue promotora de las virtudes. Cuando tenía 20 años compró un micrófono y una bocina en la que se subió al kiosco y pronunció un discurso: “señoras y señores: primero, los invito a proteger la vida de los recién nacidos, quien le quita la vida a un ser humano y todo niño tiene derecho a nacer. Segundo, el matrimonio es entre un hombre y una mujer, estos se unen para procrear y formar una familia. Tercero: es necesario permanecer sobrio, evitar emborracharse, quien se embriaga, pierde la vergüenza. Cuarto: las drogas destruyen el cuerpo de la persona y causan adicción, provocan la pérdida de los sentidos, es mejor vivir sin drogas. Quinto: fumar causa cáncer”.


Así Isabel tardó hablando a la gente que por curiosidad o interés en el tema se acercaba; unos estaban de acuerdo y otros no. Algunos se ofrecieron a apoyarla y fue como estos temas muy candentes empezaron a pronunciarse a más público.


Le hicieron una invitación para hablar en televisión, a dar una conferencia en una universidad; a pronunciarse a los obreros quienes tenían un salón donde realizaban sus reuniones, pues estaban conformados en un sindicato, maestros, taxistas, comerciantes y uno que otro ciudadano se unieron a Isabel.


Un segmento importante de la sociedad iniciaba una nueva etapa, al hacer realidad las virtudes, por la audacia de la joven Isabel, ella preguntaba a la gente: “¿ustedes están a favor de esa propuesta?”.


Fue en Tiraja, al sur de Bolivia, donde un grupo de inconformes tramaron la muerte de Isabel. Cuando se supo la noticia, el pueblo lloró su muerte. La joven que soñó con una sociedad mejor murió víctima del odio. Su nombre quedó inscrito con modestia en una pequeña estatua de cemento. Fin.

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