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HISTORIAS DEL CAFÉ EXPRESSO

Sabidurínha


Dice el maestro José Alfredo: “Es mi orgullo haber nacido en el barrio mas humilde, alejado del bullicio y la falsa sociedad.” No considero haber nacido en el barrio mas humilde de mi ciudad, pero recuerdo haber tenido carencias económicas durante toda mi infancia y adolescencia, fui feliz durante esas etapas de mi vida porque cuando eres niño aprendes a ser feliz con poco.

Recuerdo pasar algunas tardes de mi infancia jugando al futbol en la calle empedrada en la que vivíamos, recuerdo que al terminar de jugar, sediento por el “partidazo” jugado, mientras mis amigos iban a la tienda a comprar refrescos o aguas de sabor, otros “aparentemente” menos afortunados íbamos a tomar agua de la llave afuera de la casa de doña Tina.

Recuerdo también que mientras unos amigos salían a jugar con los tenis de moda, otros “menos afortunados” heredábamos los tenis avejentados de una o dos generaciones de hermanos, por lo que, algunos cambiaban su forma por los abundantes remiendos o costuras y otros dejaban ver nuestros dedos por los grandes agujeros. Aunque eso no impedía que la garra y la magia apareciera en la cancha.

Generalmente, como todos los niños, cuando jugaba en esa calle empedrada imaginaba ser un jugador de un equipo de primera división, para mi caso se circunscribía a los gloriosos Pumas de la Universidad Nacional Autónoma de México, equipo por el que me había decantando gracias mi hermano a quien admiraba y quien representó mi mayor influencia en muchas de mis elecciones de aquel entonces. Ya con el pasar de los años habría reafirmado mi elección por ese equipo pues le daba la oportunidad de debutar a los jóvenes, su estilo de juego era dinámico y entretenido y por el puma dorado en el pecho de la casaca azul oscuro que hacia ver el uniforme hermoso.

Crecí con ese equipo en el corazón y jugando en la misma cancha (calle empedrada) era Luis García cuando me tocaba estar al ataque, mientras que al defender era Claudio Suárez o en la portería Jorge Campos. En una tarde mágica recuerdo verlos campeones venciendo al acérrimo rival con el “tucazo”. Recuerdo haber visto el juego en la casa de mi tía, festejando el gol con mi primo que sin irle a Pumas saltaba conmigo solo por empatía.

El tiempo transcurrió, fui dejando el futbol y los juguetes infantiles para priorizar mis estudios y otras “inquietudes”. Precisamente una de esas “inquietudes” me presentó contigo, sin tomarte mucho en cuenta, recuerdo que me dijiste que tenías un par de años de haber egresado de la universidad, platicamos de temas generales como algunas materias que estaba cursando en la prepa.

Posteriormente al ser pariente de mi “inquietud” coincidí contigo en mas ocasiones y fui conociéndote un poco mas, descubrí que te gustaba también el futbol y que le ibas al mejor equipo de México (Pumas, claro esta) recordamos con mucho entusiasmo esa final contra el América, mientras tu, a partir de las memoria, narrabas casi minuto a minuto esa final.

En otras ocasiones platicamos de temas mas profundos y hasta filosóficos como la pobreza que compartimos en nuestra infancia y adolescencia, los zapatos rotos que heredamos de nuestros hermanos, la ropa avejentada con la que tuvimos que sufrir en alguna cita con la novia, la fortaleza que te da la pobreza y desde luego hablamos de las mujeres y el impacto de ellas en nuestras vidas, como poder conocerlas, amarlas y respetarlas sin morir en el intento. Poco a poco me di cuenta de tu sabiduría, de tu infalible labia y elocuencia, pues podías formular hipótesis complejas a partir de temas fútiles. De manera inconsciente fui aprendiendo de ti, para bien o para mal, fuiste dejando tu impronta en mi.

Dice el maestro José Alfredo: “Descendiente de Cuauhtémoc, mexicano por fortuna, desdichado en los amores soy borracho y trovador”. Con el tiempo terminé la relación con mi “inquietud” pero no contigo, el tiempo, las pláticas, las cervezas y las afinidades nos hicieron amigos. Degustamos tantos whiskeys como desamores con nuestras amadas féminas, degustamos tantas cervezas como partidos de la selección nacional mexicana.

El ultimo recuerdo que tengo contigo es haber visto los juegos de México en el mundial de Francia 98, el análisis profundo que hacías de cada partido, hubiera jurado que si hubieses sido entrenador de México en ese mundial, habríamos pasado a la siguiente ronda. Recuerdo tus anécdotas tan divertidas en los medios tiempos.

Te recuerdo ahora hermano cuando al leer Dios es redondo de Juan Villoro me describe un pasaje vivido contigo: “El último mundial del siglo fue muchas cosas, pero sobre todo fue una tarde bajo el sol de Montpellier en la que Luis Hernández zigzagueó en el área alemana y anotó un gol que medía del tamaño de nuestra esperanza. Aún quedaban algunos minutos de juego, pero yo me detengo en ese instante de alarido…”

El último mundial del siglo fue una cerveza, una risa y tu sabidurínha antes de que partieras a crear mundos en el infi

nito…

By Jaac

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