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EXPRESSO CORTADO

ESA COSA ESQUIVA: LA CONCIENCIA

Gilberto Medina Casillas

El término 'conciencia' (del latín conscientia, “con conocimiento de”) alude a la capacidad del ser humano para darse cuenta de sí mismo y del entorno. En filosofía, se asocia a la autoconciencia y al pensamiento reflexivo; en neurociencia, al conjunto de procesos cerebrales que permiten la percepción, la atención, la memoria de trabajo y la integración de la experiencia subjetiva. La conciencia puede considerarse el punto de convergencia entre mente, cerebro y cultura: un fenómeno biológico con implicaciones metafísicas, éticas y existenciales.

En la Grecia antigua, Platón relacionó la conciencia con el alma racional, fuente del conocimiento verdadero. Aristóteles, en cambio, la consideró la forma del cuerpo, introduciendo una visión biológica del alma. Durante la Edad Media, San Agustín la entendió como la voz de Dios en el alma, mientras que Tomás de Aquino distinguió entre la synderesis (principio innato de obrar bien) y la conscientia (juicio moral).

René Descartes inaugura la conciencia moderna con su célebre 'Cogito ergo sum': el sujeto que piensa es el fundamento de la certeza. John Locke la define como la percepción de lo que pasa en la propia mente, mientras que David Hume la concibe como un flujo de percepciones sin un yo permanente. Kant propone una conciencia trascendental, que estructura la experiencia mediante categorías a priori.

Con el surgimiento de la fisiología y la psicología experimental, la conciencia empieza a ser vista como un fenómeno cerebral. Wilhelm Wundt fundó el primer laboratorio de psicología; William James la describió como un flujo continuo de experiencia; y Sigmund Freud distinguió entre consciente, preconsciente e inconsciente.

Edmund Husserl concibe la conciencia como intencionalidad, siempre dirigida hacia algo, mientras que Sartre la define como 'nada', pero que revela el mundo. En la neurociencia moderna, Francis Crick y Christof Koch buscan los correlatos neuronales de la conciencia. Gerald Edelman y Giulio Tononi proponen la Teoría de la Información Integrada, y Antonio Damasio plantea niveles de conciencia. Penrose y Hameroff sugieren una hipótesis cuántica aún debatida.

Hoy la conciencia se estudia desde múltiples disciplinas: la neurociencia cognitiva analiza redes neuronales como el default mode network; la filosofía de la mente y la inteligencia artificial debaten sobre la posibilidad de una conciencia artificial; y la neuroética explora las implicaciones morales del conocimiento cerebral.

Filosóficamente, la conciencia implica introspección y autoconocimiento (Descartes, Kant, Husserl). Psicológicamente, se entiende como un flujo continuo de experiencia (William James). Neuro científicamente, se investiga a través de correlatos neuronales (Crick, Damasio, Tononi). Fenomenológicamente, se describe como intencionalidad y vivencia subjetiva (Sartre, Merleau-Ponty). En el campo computacional, se busca modelar la conciencia artificial (Chalmers, Dennett).

La conciencia ha pasado de ser el alma espiritual de la teología a convertirse en un problema científico y filosófico: el intento de explicar cómo la materia se vuelve mente. Hoy se concibe como un sistema emergente, resultado de la interacción entre cuerpo, cerebro, entorno y cultura. Como filósofo, la conciencia sigue siendo el misterio del 'yo que sabe que sabe'; como neurólogo, es el desafío de traducir ese misterio en patrones eléctricos sin perder su dimensión vivida.

 

 

 

Entre los múltiples enigmas que atraviesan las ciencias humanas, pocos son tan complejos y persistentes, como el problema de la conciencia. ¿Qué significa “ser consciente” en una sociedad atravesada por estructuras que nos preceden? ¿De qué manera el individuo comprende su papel dentro de la historia que él mismo construye?Tanto la sociología como la historia han intentado responder a estas preguntas, aunque desde perspectivas distintas: la primera busca comprender las formas de acción y sentido dentro del tejido social; la segunda se interroga por el devenir temporal de esa conciencia en el curso histórico.La conciencia, sin embargo, aparece siempre como una frontera ambigua: es simultáneamente sujeto y objeto, libertad y determinación, reflejo y creación. En este cruce de tensiones se juega una de las cuestiones más hondas de la modernidad: si el ser humano es un agente capaz de transformar su mundo o apenas un producto de las condiciones materiales e ideológicas que lo moldean.Para Émile Durkheim, la conciencia individual está subordinada a una conciencia colectiva, compuesta por los valores y creencias que sostienen la cohesión del grupo. En esta visión, la conciencia personal es más un reflejo que una fuente de transformación: los individuos “piensan” a través de la sociedad.

En cambio, Karl Marx otorga a la conciencia un papel dialéctico. Si las condiciones materiales determinan la conciencia, esta puede, a su vez, volverse conciencia de clase y modificar la base económica que la engendra. Marx abre así el problema de la falsa conciencia: el velo ideológico que impide a los individuos reconocer su verdadera posición en el sistema.

Si la sociología analiza la conciencia en el presente social, la historia la examina en el devenir Del tiempo. La pregunta central es: ¿puede el hombre ser consciente de su propia historia?

En la filosofía de la historia de Hegel, la conciencia es el motor del espíritu: el mundo es el proceso mediante el cual la humanidad llega a saberse a sí misma. Cada época encarna un grado de autoconciencia del espíritu, y la historia universal es el camino de esa toma de conciencia progresiva.

Marx transforma radicalmente esta idea. La historia ya no es el despliegue del espíritu, sino la lucha material de los hombres reales. Sin embargo, conserva el núcleo dialéctico: la historia avanza cuando la humanidad adquiere conciencia de las condiciones materiales que la oprimen. La conciencia, entonces, no es mera representación, sino praxis: acción que modifica el mundo.

Georg Lukács, heredero de esta tradición, hablará de la conciencia de clase como conciencia histórica: sólo al reconocer su posición en el proceso histórico el proletariado puede convertirse en sujeto de la historia. En este sentido, la conciencia es el momento en que el ser humano asume su condición de agente histórico.

La historia de las mentalidades (Bloch, Febvre, Duby) desplazará el foco hacia las formas colectivas e inconscientes de la conciencia, mostrando que las percepciones, miedos y creencias de una época también son estructuras históricas.

Con Michel Foucault, la conciencia deja de ser el centro de la historia: los sujetos no “hacen” la historia desde la conciencia, sino que son producidos por los discursos y regímenes de saber-poder que definen lo que puede pensarse y decirse. En lugar de una historia de la conciencia, Foucault propone una arqueología de las condiciones de posibilidad del pensamiento.En sociología, se reconstruye a través de los discursos, prácticas e instituciones; en historia, mediante documentos, testimonios y representaciones. Pero siempre se enfrenta el mismo obstáculo: la conciencia no se da directamente, sino en mediaciones simbólicas.Por eso, los estudios contemporáneos la conciben más como un proceso reflexivo que como una sustancia: la conciencia surge en la relación entre el individuo y el mundo, entre memoria y acción.

La tarea de la sociología y de la historia es, entonces, revelar esas mediaciones, mostrar cómo los hombres se piensan a sí mismos dentro de las tramas del poder, de la cultura y del tiempo.

El problema de la conciencia en la sociología y la historia no es sólo teórico: es, en última instancia, una cuestión ética y política. Ser consciente significa comprender el entramado de fuerzas que nos determina, pero también reconocer la posibilidad de actuar sobre él.La conciencia es memoria, conflicto y proyecto. Es el lugar donde el individuo y la sociedad, el pasado y el presente, se miran mutuamente.

Comprender su dinámica es comprender lo que significa ser humano en la historia: un ser que, aunque condicionado, nunca deja de interrogarse sobre el sentido de su existencia y el poder de su acción.

 

Voy a usar la figura literaria de ‘comparación’ entre lo que Karl G. Jung y Karl Marx, entienden de una manera particular el concepto de "conciencia", el primero en la perspectiva social, el segundo de manera individual. Materialismo contra idealismo.

 

En el materialismo histórico, desarrollado por Karl Marx, la conciencia no determina el ser social de las personas, sino que es el ser social —particularmente las condiciones materiales y las relaciones de producción— lo que determina la conciencia. Es decir, las formas en que los seres humanos producen su vida material condicionan su conciencia social, política y espiritual. Así, la conciencia es un reflejo de las condiciones materiales y las relaciones sociales de un momento histórico. Por ejemplo, en una sociedad capitalista, la conciencia dominante será la de la clase dominante, que refleja sus intereses materiales. Esta conciencia puede cambiar cuando cambian las condiciones materiales, por ejemplo, cuando las fuerzas productivas entran en contradicción con las relaciones de producción y se genera una revolución social que transforma la conciencia colectiva.​

Carl Jung entiende la conciencia como la función o actividad del ego que mantiene la relación con los contenidos psíquicos del individuo. Para Jung, la conciencia surge del inconsciente, que es la fuente primordial de la vida psíquica. Su teoría incluye la noción del inconsciente colectivo, donde existen imágenes arquetípicas universales que influyen en la mente consciente. La conciencia, para Jung, es el proceso de hacerse consciente de esos contenidos inconscientes, ampliando el conocimiento del sí mismo y la realidad interna. Por ejemplo, cuando una persona se vuelve consciente de ciertos arquetipos (como la Sombra o el Anima/Animus) puede integrarlos y lograr un estado psicológico más equilibrado y. siguiendo con la técnica Jungiana, modificar la función del ego en relación con contenidos psíquicos; proceso de descubrimiento del inconsciente. reconocer y aceptar la Sombra para lograr un mayor equilibrio psicológico.

Estas perspectivas muestran cómo la conciencia es entendida desde la dimensión social-material en Marx, mientras que Jung la aborda desde una dimensión psíquica y profunda del individuo.​

La conciencia marxista es un producto social condicionado por la realidad material y las relaciones sociales, mientras que la conciencia jungiana es un proceso psíquico interno que se desarrolla al integrar elementos del inconsciente para lograr una mayor totalidad psicológica.

Cierro esta entrega con un poema de Gaspar Núñez de Arce.

¡Conciencia nunca dormida,

mudo y pertinaz testigo

que no dejas sin castigo

ningún crimen en la vida!

 

La ley calla, el mundo olvida;

más, ¿quién sacude tu yugo?

Al sumo Hacedor le plugo

que a solas con el pecado

fueses tú, para el culpado:

delator, juez y verdugo.

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