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Por si no lo sabías

¿Qué es la mitología? (III)


En la anterior aparición de esta columna, hablamos sobre el mito de la Creación, que aparece prácticamente en todas las culturas humanas, de una u otra forma narrativa, y que da sentido a la existencia del ser humano en el mundo.


En esta ocasión, abordaremos el “Mito del castigo”, que en muchas ocasiones se fusiona con el mito de la creación, como ocurre en el relato bíblico de Adán y Eva, pero que claramente aborda un tema distinto, que ha obsesionado a la humanidad desde tiempos inmemoriales, ¿Por qué sufre el hombre en el mundo?


Nacidos en un mundo aún salvaje, donde tanto las inclemencias del clima como los cataclismos naturales eran sufridos por una humanidad impotente y temerosa, los primeros seres humanos habrían asociado estas calamidades a la voluntad de una divinidad superior a ellos, que de esta forma manifestaba su enojo por la “culpa” heredada por sus ancestros. Curiosamente, la idea de la culpa o pecado, se asociaría rápidamente a la sexualidad, como es también claro en el mito de Adán y Eva o el de Epimeteo y Pandora, donde es el personaje femenino quien cae primero y posteriormente arrastra consigo a su compañero, al desobedecer una prohibición impuesta por aquella divinidad.



Posteriormente, la idea del castigo se extendería a un “más allá”, haciéndose presente en el pensamiento humano desde la especie de los Neandertal, como lo demuestran los recientes hallazgos de entierros rituales de aquella especie. Surge así la idea del submundo o infierno, presente también en casi todas las culturas de la Antigüedad: el Hades griego, el Hellheim de los escandinavos o el Naraka de los budistas.  Obviamente, para que exista una falta debe existir primero una norma o ley que infringir, tal es el caso del Decálogo que recibe Moisés en el monte Sinaí, y la rigurosa ley mosaica que él mismo promulga.


Volviendo al mito de Adán y Eva, tenemos que estos dos primeros humanos son creados en un Edén o Paraíso donde el dolor, la enfermedad y la muerte no existen, y sólo se les impone una condición: la de no comer el fruto del Árbol de la Sabiduría del Bien y del Mal, pues “si lo hacen morirán”. Una prohibición bastante sencilla de cumplir, en verdad; sin embargo, la mujer –a quien se señala como primera culpable en muchos otros mitos- es tentada por un “animal astuto”: la serpiente. La identificación de la figura de la serpiente con el demonio o Lucifer es una idea posterior en la tradición cristiana, como se puede ver en abundancia en la iconografía católica desde el medievo hasta la edad contemporánea.



Tenemos así que, cometida ya la falta, el castigo ocurre de la siguiente forma: en primer lugar, nuestros personajes se dan cuenta de su desnudez, lo que implica el surgimiento de una conciencia moral y el reconocimiento de la falta cometida, y se ocultan para no ser vistos. Pero, incapaces de ocultarse a los ojos de Dios, son expulsados del Edén y lanzados a un mundo en el cual el ser humano “ganará el pan con el sudor de su frente” y la mujer “parirá hijos con dolor”, significados de la dureza de un mundo en el cual deben trabajar para sobrevivir y conocerán el dolor y la enfermedad. Finalmente, ambos se dan cuenta de su mortalidad -tal vez el más temible de los castigos-, pues aún hoy es una de las ideas que más atormentan a la humanidad, es el pensar en cuándo y de qué forma habremos de dejar este mundo, que es lo único que hemos conocido.


Podríamos concluir diciendo que el ser humano, al adquirir la conciencia de su propia fragilidad e impotencia ante un futuro siempre incierto, cuya única certeza es que habremos de morir, crea el mito del castigo como una justificación de los pesares que -en menor o mayor grado-, todos afrontaremos en el transcurso de nuestra existencia. Haremos aquí una pausa, para abordar en la siguiente edición de esta columna el último gran mito de la humanidad: el mito mesiánico.


            Deseo a todos nuestros lectores un buen fin de semana.

 

Valente Salazar Díaz

Colaborador

 

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