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FILOSOFÍA CLÁSICA - Por Miguel Mora



Epicuro.-



Nacido en Samos (Grecia) en 341 a. C., Epicuro fundó, como también hicieron Platón y Aristóteles, su propia escuela: El Jardín. Este espacio, dentro de su propio hogar, fue el lugar escogido para desarrollar su filosofía en las reuniones y charlas que mantenía con sus seguidores y amigos. A diferencia de lo que ocurría con otros filósofos y sus escuelas, estos amigos y seguidores eran de toda condición: hombres, mujeres, ricos, pobres, esclavos, etc.


Tanto la filosofía de Epicuro como su escuela fueron objeto de numerosas críticas, principalmente por su defensa del placer como llave de la felicidad en la vida. Esto no deja de ser curioso, pues algunos de los mayores enemigos del epicureísmo se encontraban entre los estoicos (seguidores de la escuela de Zenon de Citio, la Stoa, que defendía una filosofía basada en una ética estricta en favor de la virtud y el alejamiento de las pasiones), pese a que ambos defendían una manera de vivir bastante similar, a pesar de hacerlo partiendo de ideas muy diferentes.


La filosofía de Epicuro, no obstante, ha sido profundamente malinterpretada y solo en los últimos años ha recuperado el esplendor que merece. Pese a que la filosofía de Epicuro engloba las principales ramas de la filosofía, se centra en la ética, y de esta, en un aspecto concreto: la felicidad. Cuestión básica según Epicuro, pues es la principal motivación que persigue todo ser humano en su vida.


Existen dos factores que determinan nuestro grado de felicidad: el placer y el dolor. El primero nos acerca a ella, mientras que el segundo nos aleja de la misma. De este modo, Epicuro determina que la clave de una vida feliz es conseguir acumular la mayor cantidad de placer mientras reducimos al máximo el dolor. De hecho, esta segunda parte de la fórmula es más importante que la primera. El requisito indispensable para una buena vida es la erradicación del dolor.


Epicuro es, por tanto, un hedonista, sí, pero no de la manera de otros filósofos, como por ejemplo Aristipo de Cirene (que es lo que se entiende normalmente por hedonista: un amante de los placeres corporales). El de Samos apuesta por el placer, pero lo hace desde un punto de vista del todo racional. Los principales placeres que hemos de perseguir no son los corporales, pues, pese a su intensidad, son efímeros y desaparecen enseguida. Hemos de buscar antes, los placeres espirituales.


Ahora bien, para escoger y saciar cualquier deseo placentero, es necesario hacer uso de una virtud, la prudencia, pues solo con ella podremos disfrutar de un modo inteligente. Es gracias a la prudencia que somos capaces de rechazar un placer que más tarde podría provocarnos dolor (como ocurre con las adicciones).





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